lunes, 14 de enero de 2013

ALMENDRAS. HIEL Y AZÚCAR


Ocupa el lugar central del libro. Era el texto más largo y ambicioso al que me había enfrentado hasta la fecha. Surgió al intentar poner en pie, vana ilusión, la que denominamos Generación Guirlache. Pretendíamos encuadrar ahí a los escritores aragoneses nacidos alrededor de 1970 y el nombre era un guiño a la albaceteña Generación Nocilla de Agustín Fernández Mallo y alrededores. Para echados “palante”, nosotros.

Se trataba de contar una historia en la que el guirlache, uno de los dulces más típicos de nuestra tierra , fuera el eje de la narración. Yo lo enfoqué a modo de enorme alegoría, al igual que se pretendía agrupar a los escritores de la generación por muy distintas que fueran las almendras de las que procedían, siendo cada unos de los personajes los ingredientes del dulce unidos por la miel y el azúcar.

Está basado en hechos reales ya que el punto de arranque, el protagonista en la parada con una peluca en la mano, lo viví en primera persona a la salida del colegio de mi hijo. El autobús es un lugar recurrente en mis escritos, el sitio que ha servido de escenario para el desarrollo de diversas historias. Será que me he pasado buena parte de mi juventud viajando en el mismo, será que me parece un micro cosmos apasionante para el buen observador, o que es como una estación de tren o un aeropuerto en pequeñito –lugar de encuentros y despedidas-.

Las gentes que coinciden casualmente en ese trayecto sufren una especie de regreso en el tiempo cuando Guillermo, el protagonista tan ordenado y acostumbrado a la rutina, se coloca la peluca en la cabeza a modo de pequeña locura o rebeldía momentánea. Retrocede unos cuantos años y ve a sus compañeros de viaje en un momento bien distinto de su vida. El colmo es ver al niño convertido en espermatozoides que a modo de azúcar o anisetes recorren la barra imaginaria de guirlache que forman los pasajeros y el autobús. 

Introducir un elemento fantástico en una situación realista es un recurso que muchos han utilizado, sin ir más lejos Cortázar, para en ocasiones subrayar lo absurdo de la realidad. En el título se juega con los ingredientes del guirlache, y la miel se convierte en hiel, la vida agridulce por momentos amarga y por momentos edulcorada. En la parte central del texto se prescinde de los párrafos y se abigarran las líneas para intentar transmitir cierta idea de caos, de monólogo interior o torrente de imágenes. Me gustan esos momentos, en los que he intentado profundizar en algunos textos del hipotético segundo libro, Sentado en una silla helada.

Esto o algo parecido es lo que quería contar.  

   

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