Ocupa el lugar central del libro. Era el texto más largo y
ambicioso al que me había enfrentado hasta la fecha. Surgió al intentar poner
en pie, vana ilusión, la que denominamos Generación Guirlache. Pretendíamos
encuadrar ahí a los escritores aragoneses nacidos alrededor de 1970 y el nombre
era un guiño a la albaceteña Generación Nocilla de Agustín Fernández Mallo y
alrededores. Para echados “palante”, nosotros.
Se trataba de contar una historia
en la que el guirlache, uno de los dulces más típicos de nuestra tierra , fuera
el eje de la narración. Yo lo enfoqué a modo de enorme alegoría, al igual que
se pretendía agrupar a los escritores de la generación por muy distintas que
fueran las almendras de las que procedían, siendo cada unos de los personajes
los ingredientes del dulce unidos por la miel y el azúcar.
Está basado en hechos reales ya
que el punto de arranque, el protagonista en la parada con una peluca en la
mano, lo viví en primera persona a la salida del colegio de mi hijo. El autobús
es un lugar recurrente en mis escritos, el sitio que ha servido de escenario
para el desarrollo de diversas historias. Será que me he pasado buena parte de
mi juventud viajando en el mismo, será que me parece un micro cosmos
apasionante para el buen observador, o que es como una estación de tren o un
aeropuerto en pequeñito –lugar de encuentros y
despedidas-.
Las gentes que coinciden
casualmente en ese trayecto sufren una especie de regreso en el tiempo cuando
Guillermo, el protagonista tan ordenado y acostumbrado a la rutina, se coloca
la peluca en la cabeza a modo de pequeña locura o rebeldía momentánea.
Retrocede unos cuantos años y ve a sus compañeros de viaje en un momento bien
distinto de su vida. El colmo es ver al niño convertido en espermatozoides que
a modo de azúcar o anisetes recorren la barra imaginaria de guirlache que forman
los pasajeros y el autobús.
Introducir un elemento fantástico
en una situación realista es un recurso que muchos han utilizado, sin ir más
lejos Cortázar, para en ocasiones subrayar lo absurdo de la realidad. En el título
se juega con los ingredientes del guirlache, y la miel se convierte en hiel, la
vida agridulce por momentos amarga y por momentos edulcorada. En la parte
central del texto se prescinde de los párrafos y se abigarran las líneas para
intentar transmitir cierta idea de caos, de monólogo interior o torrente de imágenes.
Me gustan esos momentos, en los que he intentado profundizar en algunos textos
del hipotético segundo libro, Sentado en una silla helada.
Esto o algo parecido es lo que
quería contar.
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