Va siendo hora de contarlo todo, de acabar con un trabajo
que empezó hace un montón de meses. La constancia nunca fue mi fuerte.
La morfología del mandarino es un
texto plagado de homenajes a mi colega Berbi. Todo surgió tras un regalo que
hicimos a una amiga común, Laura, por su cumpleaños. Ni más ni menos que un
mandarino que fue entregado en un bar a altas horas de la noche y que se vino
de copas con nosotros. Terminó en la terraza de su casa y me imagino que a
estás alturas ya será un cadáver vegetal.
Cuenta la historia de un
personaje experto en historia medieval aragonesa que gana un viaje a Japón, se
enamora de una nipona y debe volver a Zaragoza con el único recuerdo de un
mandarino bonsái. Es una historia de amor a distancia, de amor trastornado, de
amor abollado. Se trata, en definitiva, de una pequeña alegoría. Tiene un punto
erótico, sexual, que me gustó al reencontrar el texto tiempo después de haberlo
escrito. Entró en Gente Abollada porque el protagonista lo era y porque no me
chirriaba demasiado la manera en la que estaba escrito.
El nombre de los hijos –Li, Homan
y Pei- está sacado del relato Nibán, de José María Morales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario